viernes, 5 de agosto de 2016

Soldados

Hola de nuevo gente, aquí os traigo un nuevo relato pero este esta separado en dos partes, no me gusta cómo está escrito el final y quiero darle unos últimos retoques, espero que al menos la primera parte os guste tanto como me ha gustado a mí escribirla, disfrutadlo.



"La guerra no esta hecha para mí" pensó el asesino, mientras se limpiaba la sangre que le manchaba la cara. El resultado fue peor, ya que, sus manos estaban más manchadas que su rostro y lo único que consiguió fue convertir su cara en una máscara roja. Aferró con fuerza su espada corta y desenvainó su daga de compasión, llamada así por que se utilizaba para rematar a los caídos y, con un profundo gruñido, se lanzó de cabeza al grupo que batallaba delante suya.

Un poco mas allá se encontraba un clérigo, su hermosa armadura plateada chorreaba sangre del enemigo, su enorme martillo de batalla tenía restos de cabello y cerebro, a su alrededor estaban desperdigados los cadáveres de los soldados que habían intentado atacarle, el guerrero santo alzó su martillo y con una profunda voz entonó un cántico, del cielo, cayó un rayo que fulminó a gran parte de una escuadra de lanceros, dejando en el ambiente, el olor dulzón y nauseabundo de la carne quemada, acto seguido aplastó la cabeza de un sorprendido soldado, salpicando por todas partes una mezcla de sangre, huesos y materia cerebral, con una última sacudida, el cuerpo sin cabeza se desplomó.

Su armadura negra estaba abollada y su espada mellada, pero al caballero le importaba poco, una flecha había acabado con su montura. Tras acariciar el cuello de su caballo se levantó, bajó la visera de su casco y desenvainó su extraña espada, él decía que venía de los reinos de oriente y se llamaba katana, nadie sabía como la había conseguido, de lo único que estaban seguros era que estaba muy afilada, aunque no hiciesen, parecía cosa de brujería. El caballero avanzó por el campo de batalla soltando mandobles a diestro y siniestro al grito de “voy a regar esta maldita tierra con vuestra sangre”.

La batalla seguía su curso. Por toda la llanura se oían gritos de dolor y agonía, el campo estaba sembrado de muertos y la sangre vertida había convertido el suelo en un lodazal sangriento. Lentamente, una extraña niebla se fue alzando sobre los cadáveres, los combatientes no se dieron cuenta hasta que el velo blanquecino cubrió por completo el campo de batalla, los dos ejércitos se detuvieron, la niebla era demasiado espesa para seguir combatiendo y su cualidad extraña hacía que el sonido viniese de múltiples direcciones.

El clérigo apoyo una mano en la cabeza metálica de su martillo y musitó una plegaria, seguidamente golpeó con el mango en el suelo y un destello de luz apartó la niebla creando un círculo. Dentro de éste, se hallaban el asesino, el caballero y el clérigo, aparte de otros hombres más, todos ellos sorprendidos.

- ¿De dónde ha salido esta niebla? - preguntó uno de los soldados -.

- No lo sé, pero presiento que detrás de ella hay una terrible maldad – contestó el clérigo -.

– No salgáis del círculo hasta que sepamos a qué nos enfrentamos.

Nada más decir eso, comenzaron a oírse gemidos seguidos de sonido del metal chocar entre sí y terribles gritos de dolor. Los soldados de a pie se asustaron, todos eran campesinos y como todos sabemos, la plebe es muy supersticiosa. Al rato, dejaron de oírse gritos y comenzaron a llover flechas, muchos cayeron bajo ellas, los que no fueron alcanzados los absorbió la niebla, dejando únicamente una mancha de sangre y un horrible grito gorgoteante. ¡Que demonios estaba pasando allí!

Transcurrido un tiempo, la niebla desapareció dejando ver a un ejército de cadáveres andantes y allá a lo lejos, una silueta cubierta con un ropón negro cuya cabeza estaba cubierta por una capucha que ocultaba su rostro, nadie sabia quién era pero sí a qué se dedicaba: Un nigromante.

Los muertos avanzaron tambaleantes, cogiendo por el camino cualquier arma que se encontrasen. El asesino y el caballero se miraron, este último tendió su mano al otro.

- Ser Breom, señor de Killidian.

- Zak Drewnar – respondió el asesino estrechándole la mano -.

- ¿Drewnar? - preguntó Breom – No serás por casualidad el rey de los asesinos.

- El mismo.

Tras las presentaciones, apareció el clérigo por detrás de ellos y le ofreció un hacha al caballero y otra espada al asesino.

- Así que Zak ¿eh? - dijo despectivamente el clérigo – Sabes que aquí tus trucos con veneno no sirven.

- Oh,  no se preocupe, su brillante magnificencia – respondió burlonamente el asesino, mientras cogía desdeñosamente la espada que el otro le ofrecía, la sopesaba para dejarla caer al suelo acto seguido – No os lo toméis a mal santo varón, pero no estáperfectamente equilibrada.

Tras esta breve conversación los tres se aprestaron al combate...

CONTINUARA...



Escrito por: © Fabio Andre Nunes Batista.

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